Hay una cosa que me maravilla de
los niños pequeños, su capacidad para alcanzar las metas que se ponen como
objetivo. Me explico, todos hemos visto a chavales practicando con un monopatín
en parques, plazas y demás emplazamientos urbanos tratando de hacer diversa
clase de perrerías sobre distintos elementos del mobiliario urbano. Pues bien,
fijaos en ellos, chavales de diez o doce años, tratando de saltar desniveles de
más de metro y medio sobre una tabla que se mueve, o saltando escaleras o
deslizándose sobre barandillas. La cantidad de golpes que se pegan y las veces
que tienen que intentarlo hasta que lo logran tienden a infinito. Ahora decidme
cuantas personas que vayan tirando hacia
la época adulta estarían dispuestos a intentarlo sabiendo que se van a caer
innumerables veces y que van a tener que practicar otras tantas.
Niños haciendo skate |
Otro ejemplo, los críos que se
empeñan en dar una serie de toques con un balón de una forma determinada. Aquí
los golpes, en la mayoría de los casos, no van a tener consecuencias letales,
pero el número de repeticiones hasta lograr el hito puede ser muy elevado. Muy
poca gente en la edad adulta está dispuesta a dedicarle tanto tiempo y esfuerzo
a algo, hasta alcanzar un objetivo que se propone, y más si su integridad
física corre el más mínimo riesgo.
Creo que me entendéis, los niños
si se fijan un objetivo lo alcanzan cueste lo que cueste, o al menos lo
intentan con ganas y ambición, mientras que la mayoría de los adultos en muchos
casos ni tan siquiera llegan a la fase de plantearse los objetivos. ¿Qué cambia
al irnos haciendo adultos? Aquí van algunas ideas.
En primer lugar una causa por la
que los adultos no emprenden gran parte de sus ideas, y ni tan siquiera tratan
de alcanzar ciertas metas es el miedo al fracaso, o en muchos casos a lo que
piensen los demás de ese posible fracaso. La palabra fracaso no se encuentra en
el diccionario de los niños, sin embargo gran parte de los adultos la tienen
demasiado presente. Mucha gente cuando piensa en cambios u objetivos piensa más
en lo que puede perder, económica o socialmente, que en todo lo que puede ganar.
La mentalidad de los chavales es completamente opuesta.
En otros casos no es el miedo al
fracaso lo que frena a la gente sino el conocimiento del esfuerzo que
requeriría alcanzar el objetivo fijado. Los niños por el contrario ni tan
siquiera se plantean el esfuerzo que será necesario, ellos quieren alcanzar su
meta y punto, tarden lo que tarden, tengan que repetirlo diez, cien o mil
veces. La verdad es que tengo la sensación de que la mayoría de la gente con el
paso del tiempo se vuelve cómoda, sobre todo cuando alcanzan un cierto nivel de
vida. Quiero decir, tienen su vida y no tratan ni quieren hacer ningún esfuerzo
más allá del que realizan en su vida diaria.
Por último, una gran diferencia
entre niños y adultos en esto de fijarse metas y alcanzarlas es que en muchos
casos a los adultos les encanta ponerse palos en las ruedas a si mismos.
Afirmaciones tales como: “esto es muy complicado”, “que difícil es esto”, “no
puedo dedicarle tanto tiempo”, “seguro que esto es imposible”. En lugar de ver
la meta cumplida al pensar en lo que desean hacer, hay gente que tan solo ve
todas las dificultades que habrá en el camino. Y ciertamente muchas de dichas
dificultades se presentarán al intentar transitar el camino hacia la cumbre,
pero no pueden verse únicamente las adversidades también hay que verse hollando
la cima. Si alguien pone limitaciones a nuestros proyectos que sean los demás o
el entorno, pero no te autolapides.
Por todo ello me parece que mejor
nos iría si en ciertos aspectos de nuestra vida volviésemos a pensar como un
niño. Deberíamos eliminar todos nuestros miedos y limitaciones e intentar
saltar ese banzo de metro y medio, repitiendo el salto todas las veces que
fuesen necesarias hasta que lográsemos una caída perfecta.
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